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Mostrando entradas de noviembre, 2017

3. Sorprendidos.

Acomodados entre un grupo de árboles situados a un lado del camino, donde pensaron sería difícil que nadie pudiera sorprenderlos, disfrutaron Eladio y Sigfrido de un mendrugo de pan, cada uno, extraídos del viejo saco con el que cargase el más joven. Desde las altas y frondosas ramas les llegaba el alegre trinar de los pájaros silvestres, que parecían dar la bienvenida al nuevo día. Una vez la última migaja fuese arrojada al suelo al sacudirse las manos, volvieron a ponerse en pie y reanudaron la marcha sin mediar palabra. Al partir aquella mañana y durante el resto del camino, Sigfrido había tratado de conversar con Eladio, pero éste, fiel a su promesa de pensar en sus propios asuntos, los cuales consideraba de vital importancia, no se mostró muy dispuesto a participar de los distintos diálogos que le eran propuestos, lo que llevó a su joven acompañante a silenciar sus labios y a perderse en sus propias ensoñaciones, algo que a punto estuvo de costarles extraviarse en más de una oc

2. Una inesperada compañía.

Pese a la incertidumbre y el desánimo en los que se sumiera a causa de su nefasta experiencia, Sigfrido fue cobrando nuevos bríos según se iba acercando el momento por él señalado. Había llegado a barajar, entre sueño y sueño, olvidar sus ansias de aventuras y tratar de centrarse en la realidad que le había tocado vivir, para lamento suyo, pero sus razonamientos, quizás por la sensación de seguridad que le brindaba el hallarse en casa, habían ido variando hasta llegar a concluir que no debía darse por vencido, pues algo debía costar la fama para que fuesen tan pocos quienes la acariciasen. Así, convencido de ser capaz de afrontar de día lo que fuera incapaz durante la noche, el joven, intuyendo que pronto asomaría el sol en el siempre lejano horizonte, se incorporó con lentitud y se dispuso a marcharse nuevamente. Tomó el fardo con decisión. Y tentado estuvo de apoderarse nuevamente del candil, mas teniendo una deuda consigo mismo decidió prescindir de él y enfrentarse a las bravas a

1. Un apresurado regreso.

Desde que a oídos de Sigfrido Valorquebrado de Pocascasas llegase el rumor de una guerra en ciernes, no hizo éste más que dar vueltas secretamente a la idea de alistarse y tomar parte en ella. Poco sabía de belicismos y sus secuelas, sólo lo que trovadores y juglares narraban en sus canciones. Y éstos, buscando ganar la atención de un público por lo general analfabeto y castigado por los golpes de una vida no demasiado amable, contaban hazañas tan imposibles como lo eran los héroes que las protagonizaban, evitando mencionar la ruina y la desolación que un acontecimiento tan abominable deja a su paso, pues no era más que ilusión lo que pretendían sembrar en aquellas pobres almas, sabedores de que un corazón alegre se desprende de su dinero con más ligereza que uno abatido por la amargura. De ese modo, idealizando las batallas como lugares donde únicamente había cabida para el valor y la gallardía, Sigfrido, joven hijo de humildes campesinos que ya no era lo que se dice un niño, vio en